Le han puesto al niño un vestido
absurdo, loco, ridículo;
le está largo y corto; gritos
de colores le han prendido
por todas partes. Y el niño
se mira, se toca, erguido.
Todo le hace reír al mico,
las manos en los bolsillos...
La hermana le dice: Pico
de gorrión, tizos lindos
los ojos, manos y rizos
en el roto espejo: « ¡ Hijo,
pareces un niño rico !... »
Vibra el sol. Ronca, dormido,
el pueblo en paz. Sólo el niño
viene y va con su vestido...
viene y va con su vestido...
En la feria, están caídos
los gallardetes. Pititos
en zaguanes... Cuando el niño
entra en casa, en un suspiro
le chilla la madre: « ¡ Hijo »
-y él la mira calladito,
meciendo, hambriento y sumiso,
los pies en la silla-, « ¡ Hijo,
pareces un niño rico !...»
Campanas. Las cinco. Lírico
sol. Colgaduras y cirios,
Viento fragante del río.
La procesión. ¡ Oh, qué idílico
rumor de platas y vidrios !
¡ Relicarios con el brillo
de ocaso en su seno místico !
...El niño, entre el vocerío,
se toca, se mira... « ¡Hijo»,
le dice el padre bebido
- una lágrima en el limo
del ojuelo, flor de vicio -,
« Pareces un niño rico!...»
La tarde cae. Malvas de oro
endulzan la torre. Pitos
despiertos. Los farolillos,
aún los cohetes con sol vivo,
se mecen medio encendidos.
Por la plaza, de las manos,
bien lavados, trajes limpios,
con dinero y con juguetes,
vienen ya los niños ricos.
El niño se les arrima,
y, radiante y decidido,
les dice en la cara: « ¡ Ea,
yo parezco un niño rico ! »
Primero fueron los cuentos, pero se terminaron; después las adivinanzas, pero no eran infinitas y también se acabarón; luego vino la poesía...
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