Hoy soy tu sorpresa y tu dolor, el hijo no soñado, ni siquiera imaginado. Mientras crecía en tu vientre temía los sueños y proyectos que tejían para mí y que no podría realizar. Sin embargo, si al mirarme pueden ver más allá del cuadro médico, encontrarán en mí toda la belleza que sus ojos me quieran dar, y la inteligencia que su confianza haga crecer en mí. Puedo ser un milagro de todos los días, soy capaz de sentir, de entender, de ser... Pero los necesito a mi lado con la ternura de una sonrisa cada vez que mis manitas torpes se equivoquen, con la paciencia tierna de esperar mis tiempos más lentos, con la sabiduría de guiarme sin querer transformarme, con la protección de su respeto para que los demás me respeten como soy. Con la alegría de disfrutar el simple hecho de amarnos y compartir nuestra vida, venciendo los prejuicios y desafiando las opiniones rígidas. Mi cuerpo es chiquito pero está lleno de amor, y si me abrazan fuerte, muy fuerte, podré darles la razón y el valor de luchar, sólo les pido la oportunidad de crecer con amor.
Sinceramente pienso que este texto ni siquiera precisa un comentario que invite a reflexionar. Es sencillamente conmovedor y capaz de poner los vellos de punta a cualquier lector medianamente sensibilizado con el tema. Cualquier palabra que yo agregue a esta preciosa carta no haría más que distorsionar la hermosura y ternura con la que ésta está escrita.
Sólo lanzo una pregunta: ¿Qué opináis del comienzo de la carta “hoy soy tu sorpresa y tu dolor”?
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